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Nadie se fija en la capilla de Santa Mónica. Los turistas atisban ya la columnata de Bernini, entreven la cúpula de San Pedro y corren ... como atletas olímpicos. Pasan al lado de Santa Mónica sin dedicarle siquiera una mirada distraída. En una ciudad en la que casi todos los templos compiten en efectismo y teatralidad, esta humilde iglesia, de una sobriedad evangélica, no llama la atención. Está casi siempre cerrada. Su fachada marrón no tiene angelotes ni escudos de piedra ni barrocos grupos escultóricos. Solo se ve un portón de madera, más largo que ancho, encajado entre pilastras y coronado por un tímpano. Como en las parroquias de los pueblos, dos tablones de anuncios recogen los avisos a la comunidad. Los jueves por la tarde hay misa.
Hasta hace cuatro días, Robert Francis Prevost iba a Santa Mónica a rezar o a celebrar la eucaristía. La vida que llevaba el nuevo Papa en la ciudad eterna no dará para rodar una película de acción. Dormía en el palacio del Santo Oficio, un caserón monumental situado a cuatro pasos del Vaticano, pero todos los días cruzaba la calle -apenas un paso de cebra- para dirigirse a la casa central de los Padres Agustinos. Allá comía y compartía un rato de oración con sus compañeros. Una vez a la semana, cogía la ropa deportiva y las raquetas y se disponía a jugar un partido de tenis en la cancha que está en el mismo complejo. «Eso sí que lo va a echar de menos -suspira fray Tony Banks-. Ya cuando era cardenal se quejaba de que no podía hacer deporte tanto como quería, así que ahora...».
La casa central de los Agustinos se encuentra en la vía Paolo IV, junto a la columnata que abraza la plaza de San Pedro. A las ocho de mañana, el sol comienza a calentar en Roma, que va recuperando su pulso cotidiano tras una frenética semana de fumatas, misas solemnes y presentaciones majestuosas. Los turistas han regresado en tropel a la basílica y siguen con actitud ovina a los guías, que marchan con los paraguas en alto. La casa central de los Agustinos se esconde discretamente en un recodo, tras una verja metálica. Los periodistas merodean por la escena como gatos hambrientos que no saben a quién pedir comida. Alessandro, el conserje, los mira entre desconfiado y divertido. Cuando el cronista le pregunta si conoce personalmente a León XIV, abre los ojos con incredulidad: «¿Pero cómo no lo voy a conocer si vive aquí?» Alessandro cuenta que, momentos antes de empezar el cónclave, cuando lo vio abandonar el edificio, le preguntó si estaba preparado para convertirse en Papa. «¡Estarás de broma!», le respondió Prevost.
Gracias a Alessandro, descubre que el nuevo pontífice suele ver por televisión los partidos del Atlético de Madrid con el prior de la orden, el burgalés Alejandro Moral. «Pero lo hace porque el prior es colchonero; en realidad, él simpatiza con la Roma», aclara. A Alessandro, ferviente romanista, no le hace ninguna gracia que alguien pueda pensar que el nuevo Papa es de la Lazio, el otro equipo de la capital.
Mientras el conserje va desgranando, un poco a regañadientes, estas intimidades de León XIV, fray Tony Banks, un religioso australiano alto y gentil se está peleando con el italiano para atender en el idioma local a una reportera de Mediaset. Va ganando el italiano. Cuando por fin el técnico apaga la cámara y puede regresar al inglés, fray Tony se relaja y se deshace en elogios hacia el nuevo Papa, al que él sigue llamando Bob. «Es una de esas personas a las que, si les envías un mail, puedes esperar que responda en menos de tres horas. Siempre. ¡Siempre! Email, wasap, cualquier cosa».
El fraile australiano, que es asistente general de la orden, estuvo la pasada semana ingresado en un hospital y desde allí, antes del cónclave, le mandó un mensaje de ánimo al cardenal Prevost. «Creo que serías una maravillosa elección como Papa -le escribió-. pero espero, por tu bien, que eso no suceda». Como es su costumbre, él le contestó con rapidez: «No hay ninguna posibilidad. Soy americano. Estos días estoy durmiendo muy bien». Fray Tony cuenta la anécdota y se echa a reír. Su compañero Bob («perdón, Papa Leone», se corrige) es una persona humilde, buen lector, que disfruta de la conversación y al que le gusta estar cerca de sus amigos y de su familia.
Robert Prevost ha vivido en Roma en tres etapas diferentes. Primero, en los ochenta, como estudiante de Derecho Canónico. Luego, durante doce años, de 2001 a 2014, ejerció de prior general de la orden de los Agustinos y residió en la casa central de la vía Paolo IV. Más tarde el Papa Francisco lo nombró obispo y lo destinó a la diócesis de Chiclayo, en Perú. Regresó en 2023 para presidir el dicasterio para los obispos. El 30 de septiembre de ese año, fue creado cardenal. Sus compañeros lo celebraron con una comida en Roma a la que acudieron incluso sus viejos compañeros de la Universidad de Villanova (Filadelfia), en la que cursó Matemáticas. «Pero él siempre ha sido un hermano más, nunca ha querido protagonismo», puntualiza Fray Joseph L. Farrell, vicario general de la orden para Norteamérica.
El padre Farrell habla con una jovialidad estadounidense muy simpática. Conoce bien a Bob, el nuevo Papa, un hombre que sabe cómo ejercer el mando: «Primero escucha a todo el mundo y pone mucha atención para comprender lo que está pasando, pero luego no teme tomar las decisiones oportunas en asuntos conflictivos», advierte. En realidad, cuesta decir de qué país es León XIV: nació y estudió en Estados Unidos, vivió en Roma, más tarde se convirtió en peruano.
Su cargo en el priorato de la Orden agustina le obligó a recorrerse todo el mundo para dar aliento a las diferentes comunidades y eso explica que casi todas las regiones españolas puedan presumir de haberlo recibido alguna vez. Pero hay algo en lo que se mantiene orgullosamente yanqui: le gusta el béisbol. En su ciudad natal hay dos equipos, los Cubs y los White Sox, que al poco de la fumata blanca empezaron a disputarse el honor de ser el equipo del Papa. Para despejar las dudas, la cadena de televisión NBC consultó tan decisiva cuestión al padre Farrell, que a su vez le envió un wasap a su viejo compañero Bob.
El interpelado -el hombre que siempre responde los mensajes- contestó solo con tres palabras: «Sox». El padre Farrell enseña la conversación en su teléfono móvil. La respuesta fue enviada a las 22:50 horas. Tres horas antes, el cardenal Prevost había sido proclamado sumo pontífice de la Iglesia católica con el nombre de León XIV.
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