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Fernando Bóbeda
Miércoles, 4 de junio 2025
Todo empezó en los fogones… «Somos una familia de cinco generaciones de viticultores y tercera de bodegueros. Mi abuelo Isaac llega al sector de la elaboración cuando se casa con mi abuela Aurora, hija de Jorge Caño, capataz y bodeguero de La Rioja Alta y de Isabel, la cocinera de la bodega», explica Isaac Muga, director técnico de Bodegas Muga.
«Al morir mi bisabuela, Aurora se hace cargo de la cocina de La Rioja Alta y ahí llega su pasión por la enología. Una gran catadora mi abuela. Crean la bodega en la calle Mayor –en la Herradura– y comienzan dedicándose a la venta de claretes y tintos jóvenes 'al detalle'. Cuando mi abuelo decide jubilarse, la nueva generación, mi tío Manuel y mi padre Isaac, se lanzan con el proyecto actual».
Van pasando los años y surge la oportunidad de adquirir un edificio histórico junto a otras grandes bodegas jarreras. «Llegamos al Barrio de la Estación cuando mi abuelo vende una parcela y el dinero lo emplea en comprar parte de estos edificios en 1964. Una finca que, por cierto, se llama Prado Enea». La primera cosecha elaborada es la de 1968. «Pero es al año siguiente cuando sacamos Prado Enea. Aquella de 1969 fue una de las grandes añadas de Rioja, y siempre que le preguntaba a mi padre por aquel vino destacaba la garnacha que vino de Tudelilla. 'Era extraordinaria', decía. Una compañera de viaje maravillosa para el tempranillo».
«Venir al Barrio de la Estación nos lo dio todo, aprender de nuestros vecinos y estar aquí nos puso en el cogollo de las grandes elaboraciones. No somos centenarios. Muga se fundó en 1932, pero hasta el 68 no empezamos a elaborar aquí». Me gustaría apuntar, a título personal, que no comenzaron en el Barrio, es verdad, pero a ver quién puede decir que dio sus primeros pasos en plena Herradura jarrera. ¡Ojo!
El Barrio de la Estación… ¿qué decir? «Es único, mágico, no hay nada igual. Esta concentración de bodegas de altísimo nivel no existe en ninguna otra parte del mundo».
Volvemos al Prado Enea. Estamos en un momento en el que aquellos tintos de larguísimas crianzas «marcaban» a las bodegas por prestigio. «Ahí nos lanzamos de lleno sabiendo dónde queríamos estar, sacamos el Prado Enea de 1969 y en la cosecha de 1970» –la inagotable, señalo yo– «publicitamos en la prensa de Madrid que el Muga se había agotado, imagínate, dejando claro dónde queríamos estar». Así reza aquella histórica etiqueta: Reserva 1969. Consta de 72.135 botellas numeradas procedentes de la crianza de 251 bordelesas de roble americano con un seleccionado y equilibrado vino de Rioja.
Dejo de mirar a Isaac y me concentro en el Prado Enea. 56 añitos, ¡ahí es nada! No me resisto y pido a nuestro anfitrión que la descorche. Al instante la copa se llena de ese aroma que sólo este tipo de vinos es capaz de desarrollar; hay historia en nariz, hay una bodega en este tinto, hay, en definitiva, un estilo de hacer vino. «Aquellas crianzas llegaban a cuatro años en barrica, con muchas trasiegas, eran vinos con muchísima crianza en roble americano. La cosecha en este 1969 estuvo marcada por una garnacha extraordinaria. Además se juntó una maduración perfecta del tempranillo; la cantidad de mazuelo que ensamblábamos era puntual, lo que había en la viña».
Volvemos a aquellos años. «El método de trabajo era diferente, la viña estaba en laderas y zonas pobres de mínima producción. 3.500 kilos de media, otra historia. Además la elaboración por separado no existía, primaban los pueblos, que si este depósito era de Haro, ése de Briones, de Villalba… Eran depósitos de unos 15.000 kilos y agrupábamos más por pueblos y variedades que por parcelas. Rondábamos las 200.000 botellas de producción».
«Tampoco existía el concepto de barrica nueva, se trabajaba con una madera más usada. Y era un roble que en un 95% era americano porque la relación comercial que había con Estados Unidos era muy superior. Lo único francés que llegaba era roble de Pirineos».
Prado Enea 1969: Primer gran reserva de bodegas Muga. Elaborado mayoritariamente con tempranillo de la zona de Haro y garnacha de Tudelilla, con un mínimoaporte de mazuelo. Fermentación en tinos de madera de 18.000 litros para pasar posteriormente 4 años en barrica de roble americano.
Surge la figura tan característica de los cuberos de Muga. «Se acaba de jubilar uno de nuestros históricos, Jesús Azcárate; el primer cubero de la casa fue Jesús Zalduendo, trabajó unos años en Francia y, cuando hizo dinero, volvió a Haro. El primer día que iba por la calle se cruzó con mi padre y mi tío y de la conversación salió la oferta de ser el tonelero de Muga. Hablamos de 1972».
Seguimos desgranando historias, pero llegado el momento de concluir hablamos de lo que está por venir. «Rioja debería ir hacia la especialización en vinos de calidad, ya no podemos ser baratos. En Rioja tenemos calidad suficiente para poder pelearnos con cualquier vino mundial. Debemos pagar bien a nuestros agricultores y que toda la cadena gane dinero, que pueda vivir de esto. Y no te preocupes, el vino bueno se vende».
«El futuro pasa también por fomentar ese pequeño vigneron que lo está haciendo muy bien, y hay que saber contarlo. Fuera nos ven como una gran región vitivinícola, mejor que en el mercado nacional. Ven vinos nuevos y gente que toma el relevo. Y volver al gran viñedo de antes, a aquellas viñas en suelos pobres y de pequeñas producciones que daban vinos extraordinarios. Rioja funcionaría muy bien con 50.000 hectáreas».
Sólo puedo asentir a lo dicho por Isaac, disfrutar con la última copa de Prado Enea, mirar a mi alrededor y sentir el momento. Aquí, en el corazón de Haro, en pleno Barrio de la Estación, se respira tradición y buen hacer.
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