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Manuel Ruiz Hernández no se considera un maestro. Pese a esas escapadas nocturnas que realizaba a los pueblos para enseñar a los viticultores. Pese a cientos de artículos y estudios de referencia, como el mapa de suelos de Rioja o aquel que ya a comienzos de los 90 ligaba altos rendimientos y baja calidad. Pese a haber sido coaccionado desde las élites del vino por expandir sus conocimientos entre los humildes. Pese a esas lecciones que sigue impartiendo en las páginas del periódico o en cualquier foro en el que le invitan a participar. «No me considero un maestro en el sentido estricto. Lo que quiero trasladar es que estudiar es un placer y no quedarme en transmitir conocimientos. A lo que siempre he aspirado es a incitar a la gente a la creatividad», explica Manuel Ruiz Hernández, uno de de los nombres propios de Rioja desde que llegase a la Estación Enológica de Haro en 1960. Un hombre que a sus 90 años mantiene un discurso repleto de sabiduría, no solo en materia vitivinícola, de conocimiento de lo que ocurre en la Denominación y de una inquietud apasionada y contagiosa.
Manuel Ruiz Hernández, jubilado desde 2004 tras 44 años de desempeño en la Enológica –incluyendo un breve periodo como director interino entre 1984 y 1985–, mantiene en casa su propio laboratorio. Durante la entrevista, se acerca un momento a la cocina y trae en sus manos un matraz con una muestra de mosto en la que estudia la interacción de levaduras y mohos. Un preciado tesoro también es ese cuaderno que guarda en la mesa del salón con sus últimas ideas, anotaciones y artículos en desarrollo. «Un cacique, tras una de mis primeras publicaciones, me dijo 'mide tus palabras', así que desde entonces utilizo papel milimetrado», cuenta entre risas este enólogo madrileño que se asentó en Haro en 1960 después de estudiar en Ingeniería Técnica Agrícola y de dos años de prácticas en Villafranca del Panadés. «Allí le cogí afecto al tema del vino. Yo antes no tenía una idea clara, de hecho me gustaba sobre todo la mecánica y las máquinas, pero luego me pasé a la agricultura. No me importó porque no creo en la vocación, creo en la necesidad. Pero no como sustento, como alimento, sino en la necesidad de encuadrarte en unas ideas, en algún aspecto intelectual», expone para reflexionar que «si naces en una situación de carencia material, lo lógico y racional es potenciar tu pensamiento más que tu esfuerzo. Con el esfuerzo no vas a llegar a mucho, pero con el pensamiento puedes llegar hasta donde quieras».
En 1960 llegó a un nuevo destino, el que será el definitivo, el de toda su vida, donde formó una familia con seis hijos: Haro. Antonio Larrea dirigía la Estación Enológica, una institución de prestigio y con una labor dinámica de experimentación y formativa, pese a que poco a poco comenzaría a perder atribuciones. «Yo asumí una función doble, cumpliendo con mi labor como funcionario pero también haciendo un trabajo extra como alimento anímico y espiritual, que decía mi padre, que era el apostolado de la técnica porque como estudioso era totalmente libre», explica Ruiz Hernández, recalcando la importancia de tener una afición, «porque ahí es donde tú marcas el camino, la medida, la orientación, todo. Tienes derecho a ese desarrollo. Eso te da una gran perspectiva porque si consideras que todo el mundo tiene alma, todo el mundo tiene capacidad creativa. Y cuando he ido a dar charlas ha sido con la intención de despertar esa capacidadque todos tenemos, sea desde el sentido artístico o el científico».
Una de las facetas más recordadas de Manuel Ruiz Hernández es la de abnegado profesor de pueblo. Cuando, acabada su jornada en la Enológica, cogía el coche y se acercaba ya de noche a cualquier municipio riojano para formar a pequeños viticultores y cosecheros. «Me gustaba, lo tomaba como una satisfacción. Intentaba ir a todos los pueblos y aún hay sitios que me dicen, 'cuánto nos ayudaste'. Era algo que tenía una repercusión inmediata porque no es que la gente aprendiera cosas, es que era un reclamo para que fuesen más a la Enológica», recuerda. Por ello, Manuel Ruiz Hernández se considera un «hombre rico, porque rico no es quien más tiene sino quien hace ricos a los demás y yo, cuando he adquirido conocimientos, rápidamente los he compartido».
Esta filosofía no fue siempre bien tomada en el sector vinícola riojano, obligándole a mantener «una lucha contra el caciquismo que no quería que existiese cultura rural». «Hubo un tiempo en el que me avisaron de que me andara con cuidado, que el agricultor no necesitaba aprender», rememora Ruiz Hernández:«Yo no lo acababa de comprender. Es más, también me dijeron que no me metiese en investigación porque no tenía preparación ni medios y fue entonces cuando me zambullí de lleno. No contaba con medios pero sí las viñas al lado y solamente tenía que abrir los ojos. Yaquí sigo con el cuaderno que convive conmigo, porque el ejercicio de la investigación es ante todo mental». Recuerda también «alguna bodega que me dio con la puerta en las narices cuando intentaba investigar sobre barricas. 'A aprender, a Salamanca', me decían».
Manuel Ruiz Hernández ha trabajado desde que llegó a Haro por equilibrar la balanza, «por contribuir a una armonía social en la que todos tengan beneficio». Y en todo este tiempo, mientras mantenía esa reconocida labor, muchas cosas pasaban en Rioja. Recuerda, de forma destacada, la llegada del capital del sur del país a la comunidad, «realizando un 'dumping' económico y comercial a las bodegas clásicas de Rioja, que no lo percibieron o no lo quisieron ver. Vinieron a vender reservas a la mitad de precio», expone en alusión a uno de esos males que aún aquejan a la Denominación. «Entonces comencé la campaña que bauticé como 'dumping' intelectual y me corrieron a gorrazos. Trataba de poner conocimientos en manos de la gente, muchas ideas baratas a 'cascoporro'. 'Habrá alguno que tenga interés y tire para adelante con ello', pensaba».
También habla de cómo la obsesión por los altos rendimientos ha lastrado la calidad y el prestigio de Rioja: «¿Por qué teniendo la oportunidad de producir poco y bueno pasamos a doblar la productividad? Aquí, quien compraba una finca la amortizaba por la calidad del vino. En el momento en el que se empezó a comprar tierra para rentabilizarla a base de millones de botellas se tergiversó la región. Ahora parece que ya sabemos que más volumen y rendimientos no es positivo, pero teníamos que habernos dado cuenta antes». Alude, a este respecto, a un artículo publicado en 1993:«Si produces 6 toneladas por hectárea, saboreas el vino, tiene repercusión en el paladar. Si aumentas a 8, algo ya ha cambiado, y si subes a 12 toneladas no distingues ni variedad, ni zona, ni año, ni nada. Son vinos totalmente anónimos».
Su conocimiento de lo que ha ocurrido en Rioja está ligado a su seguimiento de la actualidad. Apoya las nuevas definiciones como las de viñedos singulares o vinos de pueblo, la recuperación de variedades minoritarias o la apertura a los blancos, así como la variedad que ha ganado Rioja en estilos y en referencias. «En los 60 aquí había cincuenta bodegas y ahora hay más de quinientas, con muchos pequeños proyectos de viticultores con iniciativa. A lo mejor algo ha funcionado», apunta. Tampoco se esconde a la hora de hablar del arranque de viñedo como una herramienta ante la actual crisis:«Me parece algo necesario. Hace cincuenta años ya se hacía en Europa y aquí ha llegado ahora. El único matiz que hay que poner es que, lógicamente, deben quitarse los viñedos más productivos, jóvenes y que estén en terrenos inadecuados».
Manuel Ruiz Hernández es una eminencia en materia enológica, reconocido con múltiples distinciones como la Medalla de Oro al Mérito al Trabajo que le concedió el Consejo de Ministros en 2006. Pero es, ante todo, un hombre polifacético. Tiene también mucho de filósofo, de pedagogo, de creador, de sociólogo, de artista, de intelectual. Sigue siendo un hombre nervioso. «Aprendo cada día, me satisface. Ahora acabo de terminar un artículo sobre qué le pasa a los racimos que se tiran al suelo en la vendimia en verde. En julio del año pasado corté agraces y los puse bajo tierra en suelo arcillo-calcáreo. Los saqué 250 días después y los he estado estudiando», comenta. Incombustible, responde para concluir sobre cuál ha sido la lección más importante de su vida:«No lo sé, en cuanto lanzo una idea y la distribuyo ya miro a la siguiente. Parece que, estadísticamente, lo que he logrado es inculcar a los jóvenes el amor por el estudio porque yo he sido muy feliz estudiando, adquiriendo conocimientos y movilizándolos en mi cabeza».
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Óscar Beltrán de Otálora
Javier Campos | Logroño
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