Novio a la fuga

El cineasta luso ha cimentado una trayectoria rica en propuestas asumidas como retos inalienables y acometidas con dispositivos audiovisuales conceptuales de sugerente calado. Desde los tiempos de 'Aquel querido mes de agosto' (2008), he seguido la filmografía de Gomes quedando seducido por su pluridimensionalidad virtuosa. A la contra, es un realizador que hace muchos enemigos. Pero aquellos que se acercan a su cine y se entregan a su originalidad fílmica establecen un vínculo incondicional con su personal manera de elaborar el argumento.

La película, entre otros galardones, obtuvo el premio al mejor director en el festival de Cannes y el premio al mejor montaje en la Seminci de Valladolid. Distinciones a un trabajo curioso, heterogéneo y exótico. Comienza en color, en una feria, y una voz en off nos va a introducir en un relato salpicado, visual y estéticamente, como un apasionante ejercicio estilístico que fluctúa entre la ficción y el documental, entre el realismo y la fantasía, entre el blanco y negro y el color.

La acción se sitúa en Rangún (Birmania). Estamos en 1917. Edward (Gonçalo Waddington), funcionario del gobierno británico en la zona, espera la llegada de su prometida Molly (Crista Alfaiate). Contrario al casamiento y con el deseo de liberarse de la responsabilidad, huye. Mientras tanto, su novia, presa de la incertidumbre, va detrás de él recalando en países donde haya alguna pista de su paradero. Para Molly, la adversidad inicial, con el correr del tiempo, se transforma en un sutil e incluso divertido juego más parecido a una intrépida aventura.