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Escucha. He oído decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su marido, como yo lo hago, está él exento de ... toda obligación con ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por nada, como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío...».
Henrik Ibsen es alta literatura dramática y 'Casa de muñecas' una cumbre del teatro. Resulta doloroso verlos tan maltratados por quien se supone que los ama. No hay nada sagrado, al contrario: los clásicos merecen ser reinterpretados, deben serlo, con sentido crítico y moderno. Mejor eso que quedar para pasto de polillas y prejuicios de purista. Pero rebajar tanto el nivel de su lenguaje, atropellar así la finura de sus diálogos, simplificar la complejidad de sus personajes y de su trama hasta convertirla en alegato es casi blasfemo.
Siglo y medio después de que el poeta noruego le diera un puntapié a los convencionalismos sociales de la época y al teatro burgués mediante un drama escandalosamente realista y crítico con las normas matrimoniales y la relación entre sexos en un mundo ultramachista continúa siendo muy vigente la cuestión de la libertad de la mujer y muy necesario reivindicar los derechos feministas. 'Casa de muñecas' tiene que ser visto (y leído) por cada generación. Pero esta versión de Eduardo Galán es vulgar y la puesta en escena de Lautaro Perotti, exponente del verismo argentino tan admirable desde el descubrimiento de Timbre 4 y esa forma asombrosa de sentir el gran teatro europeo, resultan, justamente eso mismo, dolorosas.
Puede que le falten ensayos a la función y que así mejorasen las interpretaciones, ciertamente necesitadas de ganar credibilidad, hondura y belleza, incluso cosas aparentemente sencillas como la voz, pero dudo de que eso baste para dar con una Nora que yo no vi por ninguna parte y para recrear un mundo lleno de matices que se quedaron olvidados en el texto.
Qué hay de todo aquello que la hace sentir una muñeca prisionera en su casita, reducida a su papel de esposa y madre, pajarito en una jaula dorada. Qué hay de la esclavitud respecto del dinero, de la ambición, de la corrupción; qué hay de la mentira, de los secretos, de la culpa; qué del chantaje, del tráfico de influencia, del poder sobre la gente; qué de la sumisión, del sacrificio, de la ingratitud; qué de la alegría, del terror, del suicidio; qué hay de la lealtad, de la traición, del amor... Qué hay de Nora en todo esto y de Torvald y del resto. Qué hay de Ibsen, qué hay de su teatro. Yo no lo vi.
Todo parecía orientado a subrayar el gesto simbólico del portazo final; muy poco, es cierto, para contar la compleja historia de una mujer muerta de miedo y a la vez valiente. Quizás Nora también huyó de su propia función.
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