Miércoles, 30 de Abril 2025, 14:43h
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En 1986, el artista Scott Kahn pintó el cuadro Verano en Nueva York. En él, vemos a un hombre joven en bañador yaciendo en una gran superficie de madera cerrada. A los lados, una espesa mata de hierbas oscuras; al fondo, la silueta de los rascacielos de la ciudad rodeados de nubes en un cielo amarillo. Es un cuadro intrigante, como todos los de su autor, cuadros que encierran un misterio del cual se resisten a revelar las claves: figuras solitarias, lunas rojas, paisajes dramáticos, pintados con una técnica casi puntillista. Verano en Nueva York desapareció, el pintor cree que se lo robaron, no está seguro. Hasta hace pocos años Scott Kahn era un pintor desconocido que vivía en el piso prestado de un primo, sin marchante, y resignado a vender algún cuadro de cuando en cuando y a que su obra pasara desapercibida.
Wong se suicidó a los 35 años, cuando ya su obra se cotizaba en cifras astronómicas. Y fue uno de los primeros clientes de Scott Kahn, al que sacó de la oscuridad
Hoy, el pintor Scott Kahn está preocupado por que se está quedando sin inventario. El trabajo de este hombre de 76 años tiene ahora mismo una enorme demanda. Uno de sus cuadros se vendió recientemente por 1,2 millones de dólares, mucho más que los pocos miles de dólares por los que solían venderse. Kahn estaba convencido de que moriría como vivió la mayor parte de su vida: como un artista hambriento.
«Estaba convencido de que moriría en la oscuridad y la pobreza», ha repetido en numerosas entrevistas.
Pero su dedicación siempre se mantuvo firme, y su suerte cambió dramáticamente hace unos años, cuando entabló una improbable amistad con un joven artista canadiense, que sufría continuas depresiones, llamado Matthew Wong.
Kahn dijo que ambos tenían una «conexión espiritual» y, a medida que Wong comenzó a tener más y más éxito, compraba y promocionaba el trabajo de Kahn en su página de Instagram.
«Eso fue lo que despertó este enorme interés en mi obra. La gente empezó a entrar en mi estudio: coleccionistas, marchantes, otros artistas. Y así ha sido, sin parar», dijo Kahn.
Wong se suicidó a los 35 años, cuando ya su obra se cotizaba en cifras astronómicas. Padecía el síndrome de Tourette y desde hacía años acariciaba la idea de desaparecer.
Uno de los primeros clientes de Scott Kahn fue Matthew Wong. Hay muchas concomitancias (incluso cromáticas) en la obra de los dos artistas a pesar de las diferencias generacionales.
Arraigados en la vida cotidiana y las experiencias del artista, los enigmáticos paisajes, retratos y territorios oníricos de Scott Kahn combinan elementos reales y surrealistas. El artista se ha mantenido comprometido con un modo de expresión figurativo a lo largo de más de cinco décadas. Sus superficies están meticulosamente construidas de acuerdo con geometrías precisas y relaciones cromáticas y espaciales en las que el artista emplea la perspectiva y la luz para enmarcar la vida de sus contados personajes.
Es difícil hoy ver los cuadros de Matthew Wong sin pensar en su corta vida. Con influencias de Alex Katz y la pintura clásica china, Wong pinta un mundo azul donde la felicidad o la alegría no existen. Se lo ha comparado en numerosas ocasiones (hasta el punto de que compartieron una muestra en Zúrich) con Vincent van Gogh.
La amistad entre estos dos artistas, Wong y Kahn, no salvó la vida de uno, pero sí sacó de la oscuridad al otro.
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