La familia con ocho hijos (cinco adoptados y con discapacidad) que escolariza niños con problemas en África
Los Gómez-Samblas son en suajili los Matunda y con su proyecto ayudan a proles como la suya en Kenia. «La discapacidad nos recuerda que podemos necesitar ayuda en un momento determinado», dice Coro, la madre de esta familia 'de diez'
Coro Samblas tiene 49 años, uno menos que su marido Álex Gómez. Nacidos en Madrid, ambos se ganan la vida como controladores aéreos y son ... padres de ocho hijos, aunque uno de ellos, Borja, falleció en 2017 con solo seis años de edad, pero lo siguen contando como uno más. «Está superpresente y siempre lo incluimos porque si no lo hago, es como si lo tuviera a mi lado diciéndome 'oye mamá de qué vas'», cuenta Coro con una sonrisa.
De los ocho hermanos, tres ellos son hijos biológicos de la pareja: Coro, de 25 años y que se acaba de sacar el MIR como médico de familia; Asís, de 22, que se quiere especializar en Derecho deportivo; y Bosco, de 19, que está estudiando Arquitectura. Los otros cinco, Bruno (17), Olaya (16), Borja («que nos mira desde el cielo»), Benjamín (14) y Samuel (13) fueron adoptados en China entre 2010 y 2019 a través de un programa de adopción de menores con necesidades especiales, denominado Pasaje Verde.
Coro recuerda ahora que cuando llamaron a las puertas de la adopción en China les comunicaron que tenían niños, pero no los que ellos querían. Se quedaron intrigados con la respuesta, y entonces se dieron cuenta que tenían que concretar que querían adoptar cualquier niño que necesitara una familia, «el que fuera», enfatiza Coro.
Y así fue cómo en 2010 llegó Bruno, con dos años y una cardiopatía; Olaya con cardiopatía y el síndrome de Noonan, una enfermedad rara que afecta a varias partes del cuerpo, causando anomalías en el desarrollo; Borja, que sólo tenía medio corazón y murió a los dos meses («queríamos luchar con él lo que aguantara para que cuando se fuera, no se fuera en un orfanato sino en los brazos de su familia»); Benjamín, con una parálisis en las piernas; y Samuel, con espina bífida, «y que es campeón de tenis en silla de ruedas», afirma muy orgullosa Coro del más pequeño de sus hijos.
La familia se mueve en una «furgo estupenda», donde meten las sillas de ruedas y llevan una vida ordenada (cómo si no manejar semejante tropa) en la que todos colaboran. «Si nos ves de golpe, impresiona, pero yo siempre digo que tengo unos hijos muy fáciles de llevar. Son muchos, pero muy buenos».
El año pasado, los Gómez-Samblas crearon la asociación Matunda Familia, una plataforma solidaria con la que ayudan a familias con personas con alguna discapacidad física o intelectual, igual que la suya, pero en Kenia. Matunda significa «fruto» en suajili y familia es de las pocas palabras que se escriben igual en español y en suajili. «Buscamos dar buenos frutos por y para las familias especiales», ilustra Coro sobre el nombre de su proyecto.
Niños atados y escondidos
Aunque la madre Matunda ya había estado antes en África colaborando con distintas ONGs, el primer viaje que realizaron juntos toda la familia fue en 2022. En Kenia se encontraron con que los chavales con alguna discapacidad son invisibles. «Son niños a los que se les quiere pero no se habla de ellos, no hay opción para que se incorporen al mundo».
Por eso cuando les vieron aparecer con todos sus hijos y las sillas de ruedas, tras un vuelo de miles de kilómetros y unos cientos de kilómetros más en autobús, algo se removió por dentro de aquellas humildes familias que escondían a sus hijos. «Fue un impacto para ellos. De repente la gente quería que visitáramos sus hogares para ver a sus hijos. Nunca hablaban de ellos y ahora sentían la necesidad de hacerlo. Fue como encender una luz«.

En Kenia se encontraron con muchas madres solas a cargo de sus hijos con discapacidad física o intelectual. De hecho, la discapacidad suele estar en el origen del abandono por parte del padre. «Hemos visto a niños encerrados y atados en sus casas y la madre diciéndonos que los ataban por seguridad porque tenían que salir a trabajar para conseguir dinero para comer y la única alternativa para dejarlos solos era esa», se sorprende Coro.
Así que lo primero que hicieron fue dirigirse a los colegios públicos de la zona, donde les recibieron con los brazos abiertos. «Nos dijeron incluso que tenían profesores cualificados para impartir clases de educación especial y hacerse cargo de estos niños, pero que como los niños no iban al colegio porque no salían de sus hogares, no tenían abiertas esas aulas».
Aprovecharon entonces para elaborar una censo de niños con necesidades especiales y registraron hasta 167 menores. En apenas tres semanas consiguieron escolarizar a la mitad de ellos gracias a la compra de un par de furgonetas que los trasladaban de casa al colegio y de colegio a casa.
«El transporte allí es fundamental; de hecho una de nuestras niñas cada vez que ve la furgoneta la abraza y la besa porque es consciente de que esa furgoneta ha marcado la diferencia entre poder salir de su casa todos los días para ir al colegio y que sus días no sean todos iguales. Ahora mismo tenemos dos furgonetas, pero ya estamos necesitando una más».
Precisamente uno de los conductores que conocieron en su primer viaje a Kenia hace tres años, Michael, es ahora el coordinador de Matunda en aquel país. «Yo no podía quedarme a vivir allí, pero vi que el conductor que habíamos contratado y que nos acompañó a todas las visitas en aquel primer viaje puso todo su corazón en las personas con discapacidad. Él me dijo, 'Coro, si tú haces algo por toda esta gente que estamos conociendo, yo me ofrezco a lo que sea'». Así que Michael es la extensión de la Familia Matunda en Kenia, sus ojos, sus oídos y sus brazos.
Aulas especiales en Ngong
Los Matunda-Gómez-Samblas han conseguido abrir aulas especiales en cuatro colegios en Ngong, una ciudad del área metropolitana de Nairobi, donde atienden a alumnos con necesidades especiales y grandes discapacidades. Con los fondos que recaudan a través de su asociación (con la que se puede colaborar aquí), la familia española se encarga del mantenimiento de las aulas, proporcionar el material escolar y ortopédico, las sillas de ruedas, la compra de uniformes (el uniforme en Kenia es obligatorio y muchas familias no llevan a sus hijos al colegio por no poder pagarlo), así como garantizarles un almuerzo diario con el servicio de comedor. También gestionan el servicio de las cuidadoras «una figura que es muy importante en el aula para que los niños que no son autónomos puedan estar atendidos, y la profesora pueda centrarse exclusivamente en la educación académica».
La familia Matunda suele viajar a Kenia tres veces al año: en Navidad, Semana Santa y verano. Samuel, el benjamín del clan, es el que no falla nunca. «No siempre vamos todos, pero él siempre va con su silla de ruedas porque tiene superclaro el testimonio que quiere dar allí, que es transmitirles que aun teniendo una discapacidad, pueden ser felices y tener una vida absolutamente plena con el apoyo de su familia y de la sociedad, y alcanzar su máximo potencial».
Un año después de crear la asociación, la Familia Matunda tiene ya identificados a cerca de 190 chicos, aunque no todos están escolarizados debido a las largas distancias entre los poblados y los centros escolares y los problemas de accesibilidad. Es lo que sucede, por ejemplo, en las remotas aldeas de las tribus masái, donde quieren impulsar un proyecto de homeschooling (educación en el hogar), ante la dificultad de llegar con las furgonetas por la distancia y la orografía del terreno. «Allí el estigma es mayor, cuesta más que los niños salgan de su casa. Y no sólo por una cuestión de movilidad», se lamenta Coro.
«Cinco o diez euros al mes»
La madrileña dice que lo ideal para su causa solidaria son los donantes que aportan «un poquito, cinco o diez euros» cada mes, «porque así sabemos con qué contamos». «Una de las preguntas que me hacían las madres era '¿cuánto tiempo nos vais a ayudar?' Se me clavó en el corazón porque poder sostener en el tiempo estos proyectos es lo más importante. Nosotros vamos muy poco a poco y solo hacemos avances en la estructura de la misión (porque más que voluntarios se consideran misioneros) si tenemos un incremento en estos donantes recurrentes«, explica.
Coro subraya que para ella y su familia la discapacidad es un regalo, «lo primero porque nos recuerda que todos somos frágiles y podemos necesitar ayuda en un momento determinado, y lo segundo porque nos brinda la ocasión de servir al otro y poner el foco en sus necesidades. Las personas más felices que he conocido son gente que está entregada a los demás», asevera.
Para la madre de familia numerosa, «somos testigos privilegiados de cómo el apoyo social puede transformar por completo la vida de las personas con discapacidad y sus familias, y permitir que sean valoradas como el regalo inmenso, único e irrepetible que supone cada una de ellas». Y así es como Coro y su familia de diez (en todos los sentidos) quiere seguir ayudando en Kenia para que «nunca más» una mujer tenga que dejar atado y encerrado a su hijo para poder ganarse la vida.
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