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Mientras la calle se llenaba de personas de aquí para allá y a las puertas de todo tipo de establecimientos, los escolares riojanos seguían en sus clases. Pocos fueron los que interrumpían su jornada lectiva, y es que a falta de luz, se impusieron en la rutina de las digitalizadas aulas los métodos analógicos, de tiza y pizarra con las persianas bien abiertas. Antigua normalidad con mayor preocupación por parte de las familias, más numerosas que nunca a la salida del colegio para recoger a sus pequeños.
«Nosotras nos hemos acercado al bazar de al lado a comprar una radio a pilas», comentaban en el General Espartero de Logroño, como llamativo detalle de un mediodía entre cierta inquietud por la incidencia del apagón, mientras que parte del equipo educativo del centro se congregaba en el acceso al edificio. Mientras, los alumnos seguían en sus clases, salvo por un grupo de Infantil que disfrutaba al aire libre del patio.
Situación similar en otros centros de la capital, como Vuelo Madrid Manila, con las aulas a pleno rendimiento, o Agustinas, donde el horario lectivo no paraba, cambiando las pizarras digitales y los ordenadores por métodos tradicionales y plenamente analógicos. «Algunas familias de los más pequeños sí que han venido a recogerlos antes», añadían como detalle de la preocupación de algunos de los padres.
En Los Boscos, una situación bien diferente y plenamente perceptible a pie de calle, a donde llegaban las voces que retumbaban en el patio. Las clases sí se interrumpieron en ese caso para evidente jolgorio del alumnado, que esperaba a las dos de la tarde, hora de salida.
Precisamente, el fin de la jornada lectiva tuvo un movimiento poco habitual. En el patio del colegio Escolapias-Sotillo, más familias que de costumbre, una imagen que se repetía a las puertas de todos los centros, donde el apagón era la comidilla entre los adultos. «Hoy vamos a casa andando, nos va a costar media hora pero es que mira el atasco que hay», explicaba una madre a sus hijos. La puerta del centro, eléctrica, tuvo que abrirse por el método manual para abrir paso a todos esas familias.
En el comedor de Escolapias solo se serviría el primer plato, ante la imposibilidad de elaborar más opciones, mientras que en otros colegios mantenían la esperanza poder servir el menú sin más contratiempos que la escasa iluminación. El número de comensales, eso sí, sería más reducido.
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